Los tiempos cambian, pero la historia del ser humano se repite.
Amor, lealtad, traición, codicia, envidia, sexo, odio y poder son algunos de los instintos humanos que han orientado el devenir de las sociedades humanas que nos han precedido, desde la Argárica hasta la que hoy llamamos “del Bienestar” que sin duda sería una utopía a ojos de aquellos argáricos arrodillados hasta la extenuación mientras molían unos puñados de cebada frotándolos entre dos piedras.
A lo largo del tiempo el ser humano ha buscado muchas formas para evadirse de los problemas cotidianos que le abruman y en muchas ocasiones el recurso a la droga produce esa efímera satisfacción de soltar las amarras que nos mantienen atados a la realidad.
Aunque falso y fugaz el efecto de drogas como el alcohol, el juego, los videojuegos, las anfetaminas, la cocaína, el cannabis y esa larga lista de productos o acciones que enganchan a muchos individuos cuyo devenir no les reporta las satisfacciones anheladas en su vida que sí encuentran en ese mundo ficticio en el que pueden sumergirse voluntariamente, hasta que algún día pierden el control.
Hay una droga que también produce ese tipo de bienestar y lejos de afectar a un número limitado de personas afecta a sociedades enteras. Me refiero a la sustancia que más desgracias y víctimas mortales ha provocado en el mundo a lo largo de su historia.
Esta droga es exclusiva de los seres humanos y se llama Autoengaño. El cerebro humano es capaz de generar esta droga de manera autónoma, necesitando solo una ligera estimulación, incluso sin ella la tendencia de nuestro cerebro a generar espejismos es inevitable.
El autoengaño puede ser estimulado de manera externa por quienes sabiendo de este punto débil en nuestro cerebro pretenden aprovecharlo para su beneficio.
Es el caso de la publicidad que intenta provocar la segregación interna de quimeras como que podemos incrementar nuestra felicidad si obtenemos el bien u objeto publicitado.
Otro caso podemos verlo cuando en la Alemania de los años 30 se estimuló al pueblo alemán para autoengañarse pensando que formaban parte de una raza Aria inexistente.
O en la época Bolchevique cuando Lenin pudo provocar que los rusos se autoengañasen creyendo que la solución a la dictadura de un zar pasaba por la dictadura del proletariado.
O en estos días en que separatistas catalanes o vascos se autoengañan pensando que forman parte de naciones que jamás han existido.
Por no hablar de la Revolución Francesa en la que todavía pervive el autoengaño de que es posible la “libertad, igualdad y fraternidad” entre seres humanos obviando que en el universo no hay dos cosas iguales y los seres humanos no somos la excepción. Igualar es imposible salvo que se iguale por abajo.
Mi abuelo cuando quería que todos los manojos de alfalfa fueran iguales lo hacía recortando con una oz, esa herramienta tan simbólica para el comunismo, los extremos de los más grandes, nunca le vi añadir alfalfa a los manojos que tenían menos para igualarlos a los otros.
Autoengañarse es la droga humana que más desastres y muertos ha provocado a lo largo de la historia de la humanidad y parece mentira que en estos tiempos que vivimos esa droga campee desbocada y nos autoengañemos creyendo que la concatenación de desatinos de nuestros gobernantes no hipotecará nuestro futuro.
José Munuera Lidón